Tiempo al tiempo

Vivimos tiempos difíciles.
Se dice que estamos ante un cambio de era, que los cambios sociales son tan amplios y profundos que el mundo que resulte de ellos no se va a parecer en nada al que hemos conocido.
Quisiéramos que el tránsito fuera rápido, sin sufrimiento, indoloro, sin sentirlo apenas.
Quisiéramos que el mundo nuevo estuviera ya aquí pero, mientras viene, la incertidumbre nos agobia y vivimos con miedo los cambios.
No puede ser de otra forma. Para que llegue la primavera tiene que pasar el invierno. Para que nazca lo nuevo es preciso que muera lo viejo.
A menudo, cuando nos encontramos con organizaciones y colectivos sociales golpeados por la crisis, en pleno proceso de transformación, sentimos que se reclaman soluciones que no existen, respuestas que todavía no están inventadas.
Resulta paradójico ver cómo, muchas veces, quienes se dicen innovadores y precursores de un tiempo nuevo, de una nueva forma de pensar y hacer las cosas -en lo político, en lo social, en lo económico, en lo cultural...- no hacen sino repetir viejos esquemas, replicar los marcos mentales de siempre, ejercer las actitudes y comportamientos del pasado, revestidos -eso si- de nuevos ropajes y lenguajes, cubriéndolos con una capa de pintura que se pretende novedosa.
Pero es imposible construir el futuro con las soluciones agotadas, con las viejas ideas.  
Nuestro tiempo no es -aún- de creación de lo nuevo, es -todavía- tiempo de descomposición de lo viejo.
Asistimos al fin de una era que se resiste a morir.
Es tiempo de deconstrucción, de desaprendizaje, de decrecimiento, de desprendernos de la vieja piel para dejar que surja otra nueva.
Los que vivimos son, necesariamente, momentos de caos y confusión. Y de nada sirve tratar de forzar los procesos, intentar acelerar los cambios.
Los cambios mágicos no existen. Saul Alinsky reprochaba a los jóvenes de Mayo del 68 que creían en la "revelación" y no en la revolución. Las revoluciones, aunque se expresen en un momento histórico concreto, son el resultado de largos y laboriosos procesos.
Hay que darle tiempo al tiempo, dejar -pacientemente- que vaya naciendo lo nuevo, que cristalicen las alternativas.

Unicamente nos queda la posibilidad de allanar el camino para que los cambios que han de producirse encuentren menos resistencias, alimentar los sueños que anticipan el futuro para que nos sirvan de faro en la oscuridad, facilitar los encuentros, los diálogos de saberes para que así puedan gestarse y nacer las nuevas ideas.
Este es, también, un tiempo de renovación generacional, el momento de que las mentes y las voces más obsoletas abandonen(mos) las viejas trincheras y los nichos de poder para dejar paso a las gentes y las voces más jóvenes que son, al fin, quienes han de habitar el futuro que está por construir.